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De los principios constitutivos de una economía para la vida1

Dos princípios constitutivos de uma economia para a vida
Constitutive principles of an economy of life
Des principes constitutifs d’une économie tournée vers la vie
Dr. Luis Jorge Alvarez Lozano

Resumos

Vivemos um momento único da humanidade no qual as crises sociais e ambientais de alcance planetário prejudicam a vida. A origem dessas crises está no âmago do capitalismo, mas se produz porque tal sistema não morreu e a alternativa ainda não nasceu. Contudo, a queda definitiva do capitalismo depende da existência de um plano. Este trabalho se constituiu num plano, baseado num conjunto de princípios normativos que, produtos da necessidade que se tornou consciência, sejam constitutivos de uma economia para a vida (abrangendo os quatro momentos da atividade econômica, quais sejam, a produção, a distribuição, a troca e o consumo da riqueza). Por isso, estes princípios dão origem a uma utopia concreta, cuja impossibilidade a posteriori é útil para conhecermos o que é possível. Trata-se de uma alternativa em status nascendi… para a mudança de época.

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Introducción

  • 1 Un desarrollo más amplio de la presente ponencia se encuentra en el libro Principios fundamentales (...)

1Imaginemos por un momento que vivimos en una residencia que se cae a pedazos porque sus cimientos están mal. Tenemos la opción de permanecer en ella hasta que las paredes y el techo se nos vengan encima o la alternativa de tirarla y construir una nueva. Tal residencia quizás tenga algunos lujos e incluso valga mucho dinero, pero las condiciones la hacen inhabitable. Si actuamos en función del valor, optaremos por la primera opción. Si razonamos en términos de la vida, elegiremos la segunda opción. Por desgracia, lo dicho no se limita al mundo imaginario de las ideas; es una metáfora que expresa la situación de las grandes mayorías de la humanidad en el capitalismo de hoy.

2Millones de personas sin empleo o con trabajos basura (junk Jobs) experimentan la angustia de no tener lo suficiente para poder vivir. En voz de uno de ellos: “si tienes trabajo, está bien; si no, te mueres de hambre”. En Global Employment Trends 2012 Preventing a deeper jobs crisis la Organización Internacional del Trabajo estima en 200 millones el número de personas en desempleo absoluto y en 900 millones la cantidad de trabajadores percibiendo menos de dos dólares al día (OIT, 2012, p. 9). No sólo en países del Sur, sino en naciones con altos niveles de ingresos. En Estados Unidos, por ejemplo, más de 15.5 millones de personas están desempleadas, subempleadas o marginadas (VOLLMER, 2016, p. 3). Ni qué decir de los más de 20 millones de europeos que se encuentran haciendo filas de desempleados. Y por si no fuera desolador este escenario, en el informe ya citado, la OIT ha dicho que enfrentamos “el desafío urgente de crear 600 millones de puestos de trabajo productivos en el próximo decenio”. Al tiempo, aun cuando no sea noticia a ocho columnas, persiste la crisis alimentaria. Según los registros de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, actualmente alrededor de 800 millones de personas en el planeta pasan hambre en algún momento de la jornada (FAO, 2015, p. 8).

3Pero esta creciente exclusión social va de la mano de la progresiva explotación de la naturaleza. Casi la mitad de los bosques y selvas alrededor del mundo (29 millones de kilómetros cuadrados) han sido talados. Cada año desaparecen selvas tropicales con una superficie equivalente al territorio de Bélgica. La mitad de los 500 principales ríos del mundo se secan gravemente. “En algunos casos se han visto reducidos a arroyos, y la Organización de las Naciones Unidas (ONU) advierte que es un ‘desastre en marcha’.” (LEAN, 2006). Se calcula, por lo que a la biodiversidad se refiere, que actualmente se pierden en la Tierra unas cien especies diarias, aproximadamente unas cuatro cada hora. De hecho, vivimos en medio de la sexta gran catástrofe de este género (BOFF, 2016, p. 268). Además, 60 por ciento de los ecosistemas están dañados. Por supuesto, el global warming forma parte de esta gran crisis ambiental. Al tiempo, aun cuando no es el hot topic por lo que a la naturaleza se refiere, avanza la crisis de los límites del crecimiento. Ya es manifiesta la escasez de ciertos recursos naturales, siendo el petróleo convencional y el agua potable los más significativos. A decir de los expertos, estamos justo en el peak oil mundial. Con todo, es la primera llamada de advertencia de la catástrofe que se avecina con el peak everything, como apunta Richard Heinberg (2007).

4Se trata de una crisis multidimensional de alcance planetario que cobra fuerza al retroalimentarse positivamente cada una de las crisis que la componen. Una fuerza que ya representa una seria amenaza para la vida humana y para la naturaleza: ya se habla de tipping points con relación al calentamiento global; pero hay puntos de no retorno con relación a los problemas del desempleo, la hambruna, que derivan en convulsiones sociales; y puntos de no retorno por lo que respecta a la escasez o agotamiento de recursos naturales, que desembocan en guerras internacionales. Puntos de no retorno a partir de los cuales el colapso de la vida como la conocemos ya no es reversible. De ahí que hoy en día al conjunto de estas crisis (sociales, ambientales y de convivencia) se lo ve como una gran crisis civilizatoria.

5Pero tales crisis no explican a la crisis civilizatoria: son dimensiones de ella. Lo que está detrás de esta crisis multidimensional de alcance planetario es el sistema de acumulación de capital también de alcance global. Marx expresó con claridad su lógica: “Por consiguiente, la producción capitalista sólo desarrolla la técnica y la combinación del proceso social al mismo tiempo que agota las dos fuentes de las cuales brota toda riqueza: la tierra y el trabajador” (1966, p. 423-424). La crisis civilizatoria que hoy vivimos, efectivamente, es la manifestación del socavamiento de la naturaleza y del ser humano que provoca la dinámica capitalista. Un socavamiento que no da visos de revertirse, sino de agudizarse con la globalización capitalista neoliberal en marcha.

6Con todo, ¿qué está en la base de este sistema reinante cuyo leitmotiv es la búsqueda de ganancias para la acumulación de capital y que en su dinámica socava la vida en la Tierra? Un conjunto de principios constitutivos que posibilitan la acumulación de la riqueza en pocas manos, al tiempo que la exclusión de las grandes mayorías de la humanidad: el principio de producción de la riqueza en función de la obtención de ganancias para la acumulación de capital, el principio distributivo de la riqueza a partir de la propiedad de capital o del trabajo, el principio de intercambio consistente en una competencia entre capitales para dirimir cuotas de merado con miras a obtener ganancias y el principio de consumo ostentoso para completar el ciclo de acumulación al realizar las ganancias.

7Estos principios son los cimientos que mantienen aún la “jaula de acero” en la que vivimos. Pero como dice el dicho popular: “no hay fecha que no se cumpla, plazo que no se venza, ni deuda que no se pague”. Ha llegado el momento en que ni los cuantiosos paquetes de estímulos fiscales, ni los altos índices de endeudamiento de los sectores público y privado, ni las reducciones en las tasas de interés y, entre otros, ni los elevados niveles de consumo, cual tratamiento keynesiano para reactivar la demanda agregada, apuntalan a un capitalismo globalizado que se colapsa en su propia crisis de reproducción, verificable en los cada vez más recurrentes y profundos períodos de estancamiento, caracterizados por procesos deflacionarios y caídas en las tasas de ganancia. En suma, el conjunto de tales principios ya no sostienen el peso de las contradicciones afines al sistema de acumulación, pero tampoco son capaces de mantener la vida humana y de la naturaleza. La residencia se nos cae a pedazos desde sus cimientos.

Principios constitutivos

8Pero si queremos vivir, necesitamos construir una casa nueva. Una casa que esté pensada en cuanto a su valor de uso de ser habitable por todos, y no una en función del valor de cambio para beneficio de unos cuantos. Me refiero a levantar una economía para la vida. Y para hacer esto, es imprescindible tener un plan medianamente definido de sus elementos fundamentales, pues sería ingenuo pensar que una pretendida legalidad histórica inevitablemente dará lugar al socialismo o creer que “no hay camino” hacia un nuevo sistema económico y que “el camino se hace al andar” (como románticamente se entona en una canción de Serrat). El comandante Hugo Chávez, quien vino a quebrar la doctrina de The End of History de Fukuyama, comprendía perfectamente la importancia de un plan sobre un sistema poscapitalista: “No va a llegar el socialismo de manera inevitable. Eso no está escrito. El determinismo. Eso no está determinado, pues. El capitalismo sí llegó así: nadie lo planificó. El socialismo requiere planificación.”

9Dicho lo anterior, plan o planificación no puede sino significar la enunciación de principios que en su conjunto hagan posible una tal economía para la vida. Pero no se trata de principios morales o procedimentales a partir de buenas intenciones, como pretender una justicia distributiva o el bien común, que no llevan sino a un ensueño de alternativas al capitalismo. Se trata de principios que necesariamente tienen que enunciarse si queremos vivir más allá de la actual época de crisis. En una palabra, son principios por necesidad y no por apego a una idea. Pero son principios por necesidad y por consciencia: lo necesario y lo conveniente se unen en uno y lo mismo.

10Pero estos principios necesidad hecha consciencia son a la vez principios normativos y constitutivos. Han de normar una a una las acciones humanas y las instituciones económicas al tiempo que constituyen en su conjunto una economía para la vida.

11Así pues, si queremos vivir, requerimos de un plan compuesto de principios normativos que siendo productos de la necesidad hecha conciencia sean constitutivos de un nuevo sistema económico para la vida.

12Este enfoque de los principios es una forma de interpretar los sistemas económicos, una suerte de paradigma, que estoy desarrollando (ALVAREZ, 2015). En la teoría económica en general no existe un desarrollo conceptual basado en este enfoque ni de las consecuencias últimas del sistema capitalista ni de la formulación propositiva de un sistema económico alternativo. Pero no sorprende tal vacío, si en el propio ámbito de la filosofía se abandonó desde el siglo XIX el interés en los fundamentos últimos. Hoy en día, gracias al trabajo de algunos filósofos se está recuperado este enfoque. Searle, desde la filosofía del lenguaje y de la mente, sostiene que la realidad social (hechos institucionales) se construye a partir de lo que él llama constitutive rules. En su The construction of social reality apunta que “algunas reglas no sólo regulan, sino que crean la posibilidad misma de ciertas actividades”. Y más adelante determina que su “tesis es que los hechos institucionales existen sólo dentro de sistemas de reglas constitutivas” (1997, p. 45-46). Por su parte, desde la filosofía política, Dussel también desarrolla el enfoque de los principios constitutivos. En el volumen II de su política de la liberación señala que “los principios normativos de la política […] siempre se encuentran ya como presupuestos implícitamente debajo de toda acción política o de la organización o transformación de toda institución” (2009, p. 347).

13Con todo, el conjunto de principios constitutivos de una economía para la vida que presento en este documento dan origen a una utopía concreta, cuya imposibilidad a posteriori, no obstante, nos es útil para conocer lo que es posible.

14La imposibilidad a posteriori de organizar en la praxis una economía para la vida a partir del siguiente conjunto de principios no es una labor inútil: si no intentamos lo aparentemente imposible, planificar una economía poscapitalista, jamás vamos a descubrir si es posible. El filósofo alemán Ernst Bloch lo dijo con estas palabras: “…apuntar más allá de la meta para dar en el blanco” (citado en HINKELAMMERT, 2010, p. 82).

15Así, mediante la presente utopía concreta de una economía para la vida sabremos qué economía poscapitalista será posible. Los principios que a continuación presento son una propuesta inicial de los cimientos de la casa por construir.

Producción: de la crematística a la economía

16En los manuales de economía se menciona que en las economías de mercado las personas definen qué se produce, cómo y para quién. Así, en uno de ellos se dice que: “[s]i existiese una gran demanda de pan, los productores responderían produciendo mucho pan” (WONNACOTT, 1992, p. 68). Si estos libros dicen la verdad, que las personas son quienes definen qué se produce, ¿por qué entonces hay hambre y pobreza en el mundo? ¿Acaso la gente hambrienta no tiene la necesidad de comer o la gente sin casa no quiere una vivienda propia? Por supuesto que sí. ¿Por qué entonces no se producen alimentos y construyen casas si la gente tiene necesidad de ellos? Por una simple razón: lo dicho en estos manuales no corresponde con los hechos. En teoría la gente define por medio de la demanda qué se produce. En la práctica la gente tiene necesidades pero no define qué se produce, mientras no tenga poder de compra que genere demanda alguna. Así, en la economía de mercado realmente existente poco cuentan las necesidades y las personas no definen en absoluto aquello que será producido. En su lugar, lo que determina en último término qué se produce en el capitalismo es la obtención de la mayor rentabilidad posible ante una inversión por realizar. Por la vigencia de este principio se explica por qué en lugar de aprovechar las tierras para sembrar granos que alimenten a millones de personas hambrientas, las grandes corporaciones de la industria optan por producir agrocombustibles en aras de la obtención de ganancias; por qué en vez de construir casas de interés social para todos los sin techo, las inmobiliarias edifican condominios de lujo para la especulación. En una palabra, la búsqueda incesante de ganancias (mediante la mayor tasa de ganancia) para la acumulación de capital determina la producción en el capitalismo. Es el principio constitutivo de la producción de la riqueza del capitalismo.

17Ahora bien, si la producción no está orientada a satisfacer las necesidades de la gente, entonces el capitalismo no es una economía, porque de acuerdo al significado primigenio de la palabra, economía (del griego oikos y nomos) significa el arte de administrar los “recursos almacenables necesarios para la vida y útiles para la comunidad civil y doméstica” (ARISTÓTELES, 1997, p. 15); en cambio, como la producción está definida en función de la acumulación de capital, lo correcto es decir que el capitalismo es una crematística, porque ésta tiene “por objeto el dinero, ya que el dinero es el elemento y el término del cambio, y la riqueza resultante de esta crematística es ilimitada” (Ibid, p. 17). Así pues, si llamamos a las cosas por su nombre, de lo contrario olvidamos la naturaleza de las mismas, el capitalismo no es un sistema económico orientado a producir “las cosas necesarias, convenientes y gratas de la vida” (SMITH, 1990, p. 31) para todos los seres humanos, sino un sistema crematístico definido por la acumulación de capital en unas pocas manos. Esta diferenciación no es sólo una cuestión teórica de semántica, sino un aspecto práctico muy importante para reconstruir la realidad social y ganar la batalla ideológica en favor de la construcción de alternativas.

18En efecto, hablar de la construcción de alternativas más allá del capitalismo supone desvelar y abandonar el carácter crematístico de nuestro sistema, al tiempo que retomar en lo teórico y reconstruir en la praxis la esencia de la economía. Y un primer paso en este sentido consiste en sustituir la búsqueda incesante de ganancias y su reinversión para la acumulación de capital como el determinante de la producción, por la producción orientada al cubrimiento de las necesidades materiales de todos los seres humanos –esto es, sustituir el principio constitutivo de la producción de la riqueza del capitalismo por un nuevo principio que guíe la producción en una economía para la vida. Sin esta transición no saldremos de la casa que se nos cae a pedazos y no seremos capaces de construir la nueva casa. Si no hacemos esta transición quedamos esperanzados a que la producción definida por la acumulación de capital sea un fundamento lo suficientemente sólido para evitar el colapso de la crematística que se derrumba; al tiempo que renunciamos a organizar la producción en función de la satisfacción de las necesidades humanas. Éste es el primer cimiento en otros, que sostendrían una economía para la vida.

19Pero producir para cubrir las necesidades materiales de la humanidad tiene un doble significado. El primero de ellos, a nivel microeconómico, significa que las unidades de producción en la economía para la vida sustituyen a las empresas orientadas por la búsqueda de ganancias. Schering-Plough y Novartis, por poner un ejemplo, producirían vacunas y fármacos para curar a la gente, y no para lucrar a cambio de la salud. El segundo, a nivel macroeconómico, implica que el sistema económico en su conjunto tiene que dejar de ser una crematística a favor de unos cuantos. Me refiero al retorno de la economía en su concepto etimológico e histórico. Todo el circuito económico gira a partir de esta revolución en sentido correcto hacia la vida humana, y no en sentido contrario a la transformación de energía vital en una acumulación absurda de dinero fiduciario.

20Ambas transformaciones son imposibles sin un cambio en el régimen de propiedad de los medios de producción. Hay una frase de Shakespeare que presenta de forma sucinta el problema de la propiedad. “Me quitan la vida, si me quitan los medios por los cuales vivo” (HINKELAMMERT, 2010, p. 65). Si un reducido grupo de multimillonarios quita a las mayorías de la humanidad los medios de vida, está atentando en contra de estas vidas. Karl Marx y Friedrich Engels de manera magistral expusieron el punto: “Os horrorizáis de que queremos abolir la propiedad privada. Pero en vuestra sociedad actual la propiedad privada está abolida para las nueve décimas partes de sus miembros” (1987, p. 53). Sin esta exclusión que genera la propiedad privada de los medios de vida no sería posible en lo más mínimo el proceso de acumulación del capitalismo. Por eso, acabar con la propiedad privada de los medios de producción es una condición necesaria para reorientar la producción en función de la vida.

21Una vez arrebatada a la minoría capitalista los medios de vida de la humanidad, entonces comienza la planificación de la producción para cubrir las necesidades concretas de existencia. Una planificación que revierte el proceso de destrucción que la crematística del capital ejerce sobre las dos fuentes esenciales de toda riqueza: la naturaleza y el ser humano. La economía para la vida, en cambio, despliega el proceso de producción preservando justo a la naturaleza y al ser humano. Aquella deja de ser un recurso inagotable por explotar y aquel deja de ser un ser “humillado, sojuzgado, abandonado y despreciable” (MARX, 1962, p. 230). Sólo entonces la naturaleza es la base vital de existencia del ser humano y el ser humano humaniza su vida.

Distribución: “A cada uno de acuerdo con lo que producen él y los instrumentos que posee”; “A cada cual, según sus necesidades”

22En el capitalismo la riqueza se reparte conforme al principio distributivo “A cada uno de acuerdo con lo que producen él y los instrumentos que posee” (FRIEDMAN, 1962, p. 161). Lo cual significa que, conforme a derecho, toda persona adulta tiene acceso a los bienes y servicios socialmente producidos, ya sea (1) porque trabaja y recibe un salario o (2) porque es propietaria de acciones, un bien inmobiliario o un negocio a partir del cual obtiene dividendos. Conforme a dicho principio, existen altos directivos de grandes corporaciones en los países ricos que ganan en un minuto tanto como la gente en los países pobres en toda su vida. Ni qué decir de los ingresos por propiedad de capital. La riqueza de Carlos Slim –propietario de múltiples empresas– aumentó 15.5 mil millones de dólares en 2010, es decir, 42,645 millones al día; mientras que un trabajador promedio en México –sin capital– recibía 14 dólares al día, es decir, 0.000000328 por ciento de lo que obtuvo aquel. Gracias a este principio distributivo el 1 por ciento de las personas más ricas del mundo concentran tanto como el 99 por ciento restante, al tiempo que 900 millones de trabajadores alrededor del mundo perciben un ingreso inferior a los dos dólares al día, y 200 millones de desempleados ni siquiera eso. Así pues, con relación a la distribución de la riqueza en el capitalismo, a menos que tenga alguna propiedad que le proporcione dividendos, “quien no trabaja, no come”. En lo concreto y cotidiano de su existencia, la gran mayoría de los seres humanos tiene que trabajar para poder vivir. Al respecto, Marx indicó que: “[p]ara el individuo aislado la distribución [el tener que trabajar para poder vivir] aparece naturalmente como una regla social”. Pero esta regla social o principio que norma la vida “económica” de millones de trabajadores es, a la vez, un principio constitutivo del sistema capitalista como un todo. Lo normativo para la praxis humana es uno y lo mismo que lo constitutivo del sistema “económico”.

23Pero este principio distributivo es uno entre un conjunto de principios constitutivos sobre los que se estructura el capitalismo, siendo la búsqueda incesante de ganancias y su reinversión para la acumulación de capital el principio rector de este conjunto –es decir, el determinante de que el capitalismo se constituya como un sistema crematístico. No sólo la producción; la distribución, el intercambio y el consumo en el sistema capitalista siguen la pauta de la acumulación de capital.

24En respuesta al principio distributivo de la crematística capitalista, que enriquece a pocos y excluye a muchos de “las cosas necesarias, convenientes y gratas de la vida” (SMITH 1990, 31), en el siglo XIX los izquierdistas ricardianos y los primeros socialistas demandaron para el trabajador el fruto íntegro de su esfuerzo, pues veían en “el principio de la desigualdad del intercambio […] la sustancia y el alma del orden social reinante” (citado por PETERS, 1996, p. 72). En nuestros días los economistas Paul Cockshott y Allin Cottrell han reavivado estas ideas. En su Towards a New Socialism plantean que “una sociedad justa sólo puede ser establecida sobre el principio de que aquellos que trabajan tienen derecho al pago total de su trabajo” (1993, p. 27). De coincidente opinión es el economista Arno Peters. Su propuesta se basa en la idea de que “el salario equivale directa y absolutamente al tiempo de trabajo” (1996, p. 92). Con todo, la crítica más contundente a la validez del principio capitalista de distribución de la riqueza la hicieron Karl Marx y Friedrich Engels. En Manifest der kommunistischen Partei señalaban que, para dar término al “modo de producción y de apropiación [distribución] de lo producido basado en [...] la explotación de los unos por los otros”, el proletariado tendría que ir “arrancando gradualmente a la burguesía todo el capital” y “centralizar todos los instrumentos de producción en manos del Estado, es decir, del proletariado organizado como clase dominante” (1987, p. 59). Posteriormente, fueron los apologistas del socialismo de mercado quienes secundaron estos planteamientos a lo largo del siglo XX. Siguiendo a sus guías ideológicos, los representantes de este movimiento socialista han propuesto la abolición de la explotación capitalista, al plantear que la propiedad de los medios de producción se reparta entre todos los ciudadanos. Para estos socialistas no existirían ingresos por propiedad de capital, al no haber tal.

25Sin embargo, el aumento de las fuerzas productivas ponen en duda los intentos socialistas de basar la distribución de la riqueza de acuerdo al trabajo, porque ciertamente el trabajo humano ha dejado de ser “el gran soporte de la producción y la riqueza” (MARX, 1973, p. 705). Su lugar lo ocupan, por un lado, la aplicación de la ciencia y la tecnología en los procesos productivos y, por el otro, el uso de las energías (fósiles principalmente) en la producción del “gran cúmulo de mercancías”.

26Por tanto, en una economía poscapitalista del siglo XXI la producción de “las cosas necesarias, convenientes y gratas de la vida” (SMITH, 1990, p. 31) tendría que ser distribuida conforme a un nuevo principio distributivo más allá del trabajo. Este segundo cimiento de la nueva casa dice: “A cada quien, según sus necesidades”.

27Marx dio las bases de este principio: “cuando, con el desarrollo de los individuos en todos sus aspectos, crezcan también las fuerzas productivas y corran a chorro lleno los manantiales de la riqueza colectiva, sólo entonces […] la sociedad podrá escribir en sus banderas: […] A cada cual, según sus necesidades!” (MARX, 1979, p. 19). Este “cuando” es ahora.

28En una aproximación al tenor de este principio distributivo, entre otros, Philippe Van Parijs (1996) y Philippe Van Parijs y Yannick Vanderborght (2006) han planteado la idea de un ingreso básico universal e incondicional. Conciben que cada ciudadano debiera recibir mensualmente una suma de dinero suficiente para cubrir un estándar de vida acorde a ciertos parámetros culturales. La recepción del ingreso no estaría “condicionada a la realización de ningún trabajo o contribución y es, además, universal” (WRIGHT, 2001, p. 208). Sin embargo, aun cuando esta propuesta también llamada “subsidio democrático” desvincula la distribución de la riqueza del trabajo, desatinadamente deja intactos los ingresos por propiedad de capital. Con ello, al dejar intacta la crematística capitalista, la benéfica moción de un ingreso básico universal sería sistemáticamente socavada. Por eso, no basta con insertar un principio progresista en un sistema conservador constituido sobre un conjunto de principios que están orientados a la acumulación de capital. En su lugar, se pretende que el nuevo principio distributivo de la riqueza “A cada cual, según sus necesidades” sea parte de un conjunto de principios que den origen a una economía para la vida, en la cual el cubrimiento de las necesidades humanas sea el objetivo de la producción, esto es, su principio constitutivo fundamental.

29Por lo demás, a diferencia del esbozado por Marx, este nuevo principio “A cada cual, según sus necesidades” supone poner límites a las necesidades. Este límite está delineado por el principio de consumo mesurado del cual hablaré adelante. En la época de Marx, sin la presión que ahora tenemos con los límites del crecimiento y sin la amenaza ambiental que representa el calentamiento global, no era importante fijar un límite al consumo de bienes para cubrir las necesidades. Pero en la actualidad la sostenibilidad de la vida es un asunto público de primer orden que pasa por fijar límites al consumo.

30Por su puesto, en la economía para la vida por construir, “A cada cual, según sus necesidades” nada tiene que ver con las ilimitadas necesidades artificialmente inducidas por el sistema de acumulación capitalista. Pero tampoco son necesidades apriorísticamente definidas por una teoría o por un plan estatal, pues “el ser humano no es un ser natural con necesidades específicas, sino un ser natural necesitado” (HINKELAMMERT, 2010, p. 226). Se trata de necesidades concretas de existencia, que dependen de la edad, sexo, religión, clima de residencia, gustos, preferencias. Necesidades que cada quien satisface en aras de vivir la vida en plenitud y con dignidad.

31A todo esto, no significa que en la economía para la vida nadie tenga que trabajar. Eso sería una visión caricaturesca de la realidad. Pese al descomunal uso de la energía libre, la ciencia y la tecnología, el hombre seguirá siendo parte activa de este proceso de transformación de la naturaleza en bienes de consumo. Pero esto no implica de suyo que la vida de la gente esté condicionada a tener un puesto de trabajo. El trabajo seguirá siendo fundamental para producir la riqueza, pero no tiene por qué serlo para distribuirla.

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Intercambio: de la competencia a la planificación

33Las empresas capitalistas al producir para la venta, mercancías, en aras de obtener ganancias, abren el espacio del mercado. Al no ser una sola, sino muchas, surge la competencia entre las empresas por vender sus productos a los consumidores, con el fin de realizar las ganancias. Al no ser uno solo, sino muchos, emerge la competencia entre los capitales como aquello que caracteriza al mercado-capitalista. Por definición, dice Marx en los Grundisse, “la competencia no es otra cosa que la naturaleza interna del capital […] puesto que ésta [la competencia] es el desarrollo libre del modo de producción fundado en el capital. La libre competencia es el desarrollo real del capital” (citado por ROBLES, 2005, p. 295). La competencia sin cuartel por ganar clientes con miras a obtener ganancias es el principio constitutivo del intercambio en el mercado-capitalista.

34En los hechos, por tanto, el mercado-capitalista y su competencia en absoluto tienen que ver con aquella idea romántica de que el mercado es el ámbito donde productores independientes intercambian productos, como la presenta Adam Smith en los primeros capítulos de su An Inquiry into the Nature and Causes of Wealth of Nations. Tampoco con aquella idealización del mercado auto-regulado de la competencia perfecta de la teoría económica neoclásica.

35Pero en la economía para la vida las unidades de producción no tienen por qué competir, si éstas no producen para obtener ganancias, sino para cubrir necesidades humanas. Por tanto, es posible la sustitución del mercado-capitalista por a) una planificación central de la producción basada en criterios de racionalidad científico-técnica, y por b) un mercado de bienes de consumo en el cual las personas puedan determinar mediante sus necesidades concretas aquellos productos que han de ser producidos.

36En efecto, si queremos construir una nueva casa para vivir, el tercer cimiento consiste en planificar centralmente la producción bajo criterios de racionalidad científico-técnica; máxime cuando las amenazas relativas al agotamiento de los recursos y deterioro del medio ambiente así lo exigen. La salida sostenible a la inminente crisis energética sólo será posible si se planifica la producción bajo criterios de racionalidad técnica de eficiencia energética. La retirada sostenible a la devastadora crisis ambiental, de igual manera, únicamente será posible mediante la racionalidad técnica de eficiencia ecológica. Conceptos como la energy returned on energy invested (EROEI) o material input per unit of service (MIPS) son, en uno y otro caso, fundamentales para llevar al cabo este nuevo tipo de planificación científica. Las propuestas tipo el Plan B de Lester Brown en el Earth Policy Institute de reducir las emisiones netas de dióxido de carbono en un 80 por ciento para el 2020 son muestra contundente del potencial científico al respecto. Todo el Plan está basado en criterios científicos y de eficiencia energética (Brown, 2011). Nada en él sigue los criterios del cálculo económico mercantil para la obtención de ganancias. Pero también la superación de la crisis alimentaria será posible solamente si se planifica la producción de granos y alimentos en general bajo la racionalidad científica de la eficiencia agronómica y del balance nutricional.

37Cabe resaltar la diferencia entre este concepto de racionalidad científico-técnica en la planificación poscapitalista, con relación a la racionalidad “económica” afín al capitalismo. Un ejemplo de esta diferencia la encontramos en la producción de etanol. Es “económicamente” racional porque los subsidios estatales que reciben sus productores, al menos en Estados Unidos, hace que sus costos de producción sean competitivos. Pero es técnicamente irracional producirlo porque su tasa de retorno energético (eficiencia energética) gravita en torno a la unidad: quiere decir que se obtiene tanta energía como la energía invertida. Sólo hay que pensar en la enorme cantidad de energía utilizada para, entre otras cosas, sembrar el maíz, cosecharlo, transportarlo, molerlo, destilarlo y distribuirlo hasta el punto de venta. Como bono a la irracionalidad ambiental, la producción de etanol contribuyen al quebranto ambiental, no solamente desertificando los suelos, sino manteniendo o quizá incrementando las emisiones de gases de efecto invernadero. La razón: la gran cantidad de hidrocarburos utilizados en su producción, incluyendo el óxido de nitrógeno proveniente de los fertilizantes, cuyo “efecto invernadero es 296 veces más perjudicial para el clima que el anhídrido carbónico” (RUBIN, 2009, p. 122). En una palabra: el etanol se produce porque la racionalidad “económica” dicta que se produzca, muy a pesar de su nula racionalidad científico-técnica y de la irracionalidad ambiental que su producción implica. Y como éstos, hay cientos de ejemplos. Por tanto, salta a la vista que “producción racional” o “producción económicamente eficiente” son formas académicas de decir que la producción es rentable, es decir, que reporta ganancias.

38Por otro lado, se trata de una planificación cibernética de la producción en la que las unidades de producción (antes empresas) entregan sin ninguna contraparte dineraria los bienes intermedios. Por ejemplo, si la ensambladora de autos tiene que producir 10,000 de éstos, según la demanda resultante del mercado de bienes de consumo, entonces la unidad productora de neumáticos le suministra las correspondientes 50,000 llantas sin ningún pago de por medio. Ésta a su vez recibe de la planta petroquímica el caucho necesario para la elaboración de los neumáticos, nuevamente, sin pago a cambio. Y así, en una gran red de relaciones entre todas las unidades de producción. Esta planificación es posible, en principio, porque en la economía para la vida todas las unidades de producción son propiedad del Estado y, por tanto, no tiene sentido pagar tales movimientos de productos. Es como si al interior de una empresa capitalista de artículos de cerámica, guardando las proporciones del ejemplo, el departamento de hornos le tuviera que pagar al de barniz y éste al de colado por el movimiento de las piezas.

39Pero la planificación poscapitalista, a diferencia de la planificación de tipo soviético, no determina la demanda final de bienes de consumo. En su lugar, son las propias personas quienes la definen, a partir de sus necesidades concretas –conforme al principio distributivo de la riqueza “A cada cual, según sus necesidades”– y en armonía con los límites biofísicos del planeta –de acuerdo al principio de consumo mesurado. Institucionalmente hablando hay un “mercado” de bienes de consumo. Por el lado de la oferta, los respectivos almacenes de propiedad social ponen a disposición de los pueblos la gran diversidad de bienes producidos. Por el lado de la demanda, las personas concurren a cualquiera de tales almacenes a adquirir dichos bienes según sus necesidades. Se trata de un mercado consuntivo: no de aquel mercado-capitalista para el enriquecimiento.

40En términos generales, el mercado-capitalista como mecanismo regulador de la producción orientada al enriquecimiento, es sustituido por la planificación científico-técnica de la producción y el mercado consuntivo con miras a ordenar el flujo de bienes y servicios en función de la vida.

Consumo: del consumo ostentoso al consumo mesurado

41Todo lo que producen las empresas capitalistas tiene que venderse: para realizar las ganancias. Si la ley de Say fuera verdadera, es decir, si todo lo producido se vendiera, entonces el proceso de acumulación capitalista sería tan estable y constante como la trayectoria de los astros bajo la ley de la gravitación universal. Sería un sistema que, mediante un automatismo del mercado, funcionaría como una máquina perfecta. Pero no es así. Y justo por la ausencia de esta ley, la crematística capitalista se fundamenta en un sustituto artificial. Este sustituto es el principio del consumo ostentoso. Significa que el consumo de la gente no está limitado sin más a la satisfacción de sus necesidades concretas de existencia, sino que se extiende a niveles ostentosos ante la búsqueda de la distinción social a partir de cierta propensión a la emulación (VEBLEN, 2004). Tal consumo, por tanto, es inducido por el juego social de la rivalidad suntuaria que apunta a exhibir una prosperidad superior con relación a la de sus pares. “Toda clase envidia y trata de emular a la clase situada por encima de ella en la escala social” (Ibid, p. 112), al punto que los miembros de cada estrato “dedican sus energías a vivir con arreglo a ese ideal” (Ibid, p. 98) de decoro, apuntaba Veblen a finales del siglo XIX. Hoy en día, en la crematística global de inicios del siglo XXI, básicamente nada ha cambiado al respecto y está vigente más que nunca tal principio, en tanto que la “nomenklatura capitalista adopta los cánones del consumo suntuario de los mega ricos y los difunde hacia las clases medias, que los reproducen según la escala de sus posibilidades, imitadas a su vez por las clases populares y pobres” (KEMPF, 2007, p. 88).

42En una palabra: la crematística capitalista productora de cantidades crecientes de mercancías engendra para su propia existencia a la sociedad de consumo. Sin consumo inducido no puede crecer la producción y, por consiguiente, no puede reproducirse la acumulación del capital.

43Ahora bien, de cara a los límites del crecimiento, y de manera especial el calentamiento global, el consumo en una economía poscapitalista tiene que tener límites. Por tanto, la clave está en transitar desde el principio de consumo ostentoso hacia un nuevo principio de consumo mesurado. Éste es el fundamento esencial para levantar una economía con límites, frente a nuestro mundo biofísicamente finito. Este es el cuarto cimiento para construir la nueva casa habitable para todos.

44Al respecto, el proyecto de una economía para la vida define en términos específicos el límite al principio de consumo mesurado. Tal límite está en función de la población y tiene como línea infranqueable la biocapacidad del planeta. Por ejemplo, si ahora mismo la economía global estuviera organizada conforme a los principios constitutivos de una economía para la vida, de acuerdo a la población mundial de 7,300 millones de personas y a la biocapacidad total de la Tierra, cada persona podría consumir una cantidad máxima de bienes y servicios que no excediera una huella ecológica de aproximadamente 1.65 hectáreas. Esa sería la parcela del espacio bioproductivo de la Tierra que dispondría hoy en día en común cada ser humano para cubrir sus necesidades concretas de existencia.

45La asignación de una parcela del espacio bioproductivo de la Tierra igual para todos los seres humanos, como límite al principio de consumo mesurado, es la forma más justa y conveniente para resolver el “colapso global” (BROWN, 2011). Porque si todos los seres humanos somos “libres e iguales en dignidad y derechos” (The Universal Declaration of Human Rights), no existe razón válida que justifique que algunos disfruten de una parcela mayor del patrimonio natural del planeta, a cuenta de una parcela menor para otros. Si hoy en día esto acontece, no prueba en absoluto que sea justo y sea la base de una asignación éticamente válida en el futuro. Si en la actualidad las personas en los países de altos ingresos imprimen en promedio una huella ecológica de 6.1 hectáreas, al tiempo que los habitantes de las naciones pobres sólo de 1.0 hectárea, únicamente prueba que el capitalismo es injusto con relación al acceso que los seres humanos tienen al patrimonio natural del planeta. Y defender una asignación desagregada de la biocapacidad global de acuerdo a la capacidad de carga de cada país sería, en el contexto de una economía para la vida, un vestigio de la injusticia reinante. Por ejemplo, mientras que en países como Canadá o Finlandia con una alta biocapacidad por persona –de 17.1 y 13 hectáreas– las personas podrían aumentar aún más sus niveles de consumo ostentoso de la era capitalista –de 5.8 y 5.5 hectáreas per cápita de huella ecológica–; en naciones como Guatemala, Vietnam o Zimbawue con una muy baja biocapacidad por persona –de 1.1, 0.6 y 0.7 hectáreas– la gente tendrían que reducir sus de por sí bajos estándares de consumo –que hoy en día imprimen en promedio una huella ecológica de solamente 1.7, 1.0 y 1.0 hectáreas per cápita. Tal posicionamiento haría de la pretendida justicia económica, nuevamente, una suerte dependiente del contexto geográfico. Pero además, los habitantes de países como Japón, con apenas 0.6 hectáreas de biocapacidad disponible por persona; Corea del Sur, con 0.3 hectáreas; Bélgica, con 1.1 hectáreas; Grecia, con 1.4; Italia, con 1.1, Holanda, con 1.0; Portugal, con 1.2; España, con 1.3 y, entre otros, Suiza, con 1.3 hectáreas; tendrían que reducir mucho más su consumo ostentoso bajo este esquema desagregado que bajo la asignación equitativa universal aquí propuesta de una economía para la vida.

A manera de reflexión final

46Las mayorías empobrecidas y excluidas por la crematística capitalista pueden permanecer impávidas en esta “jaula de acero” que se les cae a pedazos encima, o bien pueden luchar por salir de ella y construir una auténtica casa donde vivir dignamente. A esta última opción le temen los sectores dominantes. De ahí que sus intelectuales cortesanos y sus mass media tengan el imperativo categórico de mentir sobre las supuestas bondades del orden reinante y de desacreditar toda alternativa posible al status quo.

47Las promesas de un capitalismo con rostro humano o de una globalización en beneficio de los pueblos no son más que cantos de sirenas. ¿Acaso no son suficientes los más de quinientos años de explotación y despojos de las víctimas pobres por parte de las élites ricas del sistema mundial capitalista? Los discursos en torno a las ventajas del libre mercado y del crecimiento económico también forman parte de esos cantos seductores. ¿No basta el hecho de que sólo ocho millonarios tienen más dinero que la mitad de la población del mundo? Ni que decir de la arenga anacrónica sobre alcanzar el pleno empleo. ¿No están enterados de la revolución tecnológica en marcha que amenaza con llevar a la calle a cientos de millones de personas adicionales a los desempleados ya existentes? Con respecto a esto último, como sabiamente entiende Stephen Hawking, el problema no es la tecnología en sí, sino el “modo en que las cosas se distribuyan”, es decir, del principio distributivo de la riqueza que esté vigente: “Si las máquinas producen todo lo que necesitamos […] Todo el mundo podría disfrutar de una vida de lujos y ocio si los bienes producidos por las máquinas son compartidos. Pero también podría pasar que la mayoría de personas acabaran siendo miserablemente pobres si los propietarios de las máquinas tuvieran éxito con sus presiones políticas en contra de la redistribución de la riqueza. Hasta el momento, la tendencia parece encarada hacia la segunda opción, propiciando que la desigualdad siga creciendo”.

48Por tanto, habrá que perder el miedo a ser desacreditados por el sistema y asumir juiciosamente que podemos cambiar nuestra realidad. No estamos limitados al orden químico, físico o biológico. No somos ni átomos ni piedras ni plantas que no nos quede más que existir conforme a las leyes de un orden natural. Somos más que esto. Somos seres sociales y como tales podemos crear de forma autónoma un nuevo orden económico y social: un nuevo paradigma civilizatorio a favor de la vida. Esta contingencia es libertad. Sin más, optemos libremente por construir una casa digna y en común, una economía para la vida.

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Notas

1 Un desarrollo más amplio de la presente ponencia se encuentra en el libro Principios fundamentales de una economía para vida publicado en Bolivia en 2015 y de próxima edición en México bajo el mismo título.

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Para citar este artigo

Referência eletrónica

Dr. Luis Jorge Alvarez Lozano, « De los principios constitutivos de una economía para la vida »Espaço e Economia [Online], 13 | 2018, posto online no dia 28 novembro 2018, consultado o 24 junho 2020. URL: http://journals.openedition.org/espacoeconomia/3550; DOI: https://doi.org/10.4000/espacoeconomia.3550

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Autor

Dr. Luis Jorge Alvarez Lozano

Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad Autónoma Metropolitana. Profesor de Tiempo Completo en la Universidad Pedagógica Nacional, Unidad Ajusco, México. Mail: lalvarez@upn.mx

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