- 1 Un desarrollo más amplio de la presente ponencia se encuentra en el libro Principios fundamentales (...)
1Imaginemos
por un momento que vivimos en una residencia que se cae a pedazos
porque sus cimientos están mal. Tenemos la opción de permanecer en ella
hasta que las paredes y el techo se nos vengan encima o la alternativa
de tirarla y construir una nueva. Tal residencia quizás tenga algunos
lujos e incluso valga mucho dinero, pero las condiciones la hacen
inhabitable. Si actuamos en función del valor, optaremos por la primera
opción. Si razonamos en términos de la vida, elegiremos la segunda
opción. Por desgracia, lo dicho no se limita al mundo imaginario de las
ideas; es una metáfora que expresa la situación de las grandes mayorías
de la humanidad en el capitalismo de hoy.
2Millones de personas sin empleo o con trabajos basura (junk Jobs)
experimentan la angustia de no tener lo suficiente para poder vivir. En
voz de uno de ellos: “si tienes trabajo, está bien; si no, te mueres de
hambre”. En Global Employment Trends 2012 Preventing a deeper jobs crisis
la Organización Internacional del Trabajo estima en 200 millones el
número de personas en desempleo absoluto y en 900 millones la cantidad
de trabajadores percibiendo menos de dos dólares al día (OIT, 2012, p.
9). No sólo en países del Sur, sino en naciones con altos niveles de
ingresos. En Estados Unidos, por ejemplo, más de 15.5 millones de
personas están desempleadas, subempleadas o marginadas (VOLLMER, 2016,
p. 3). Ni qué decir de los más de 20 millones de europeos que se
encuentran haciendo filas de desempleados. Y por si no fuera desolador
este escenario, en el informe ya citado, la OIT ha dicho que enfrentamos
“el desafío urgente de crear 600 millones de puestos de trabajo
productivos en el próximo decenio”. Al tiempo, aun cuando no sea noticia
a ocho columnas, persiste la crisis alimentaria. Según los registros de
la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la
Agricultura, actualmente alrededor de 800 millones de personas en el
planeta pasan hambre en algún momento de la jornada (FAO, 2015, p. 8).
3Pero
esta creciente exclusión social va de la mano de la progresiva
explotación de la naturaleza. Casi la mitad de los bosques y selvas
alrededor del mundo (29 millones de kilómetros cuadrados) han sido
talados. Cada año desaparecen selvas tropicales con una superficie
equivalente al territorio de Bélgica. La mitad de los 500 principales
ríos del mundo se secan gravemente. “En algunos casos se han visto
reducidos a arroyos, y la Organización de las Naciones Unidas (ONU)
advierte que es un ‘desastre en marcha’.” (LEAN, 2006). Se calcula, por
lo que a la biodiversidad se refiere, que actualmente se pierden en la
Tierra unas cien especies diarias, aproximadamente unas cuatro cada
hora. De hecho, vivimos en medio de la sexta gran catástrofe de este
género (BOFF, 2016, p. 268). Además, 60 por ciento de los ecosistemas
están dañados. Por supuesto, el global warming forma parte de esta gran crisis ambiental. Al tiempo, aun cuando no es el hot topic
por lo que a la naturaleza se refiere, avanza la crisis de los límites
del crecimiento. Ya es manifiesta la escasez de ciertos recursos
naturales, siendo el petróleo convencional y el agua potable los más
significativos. A decir de los expertos, estamos justo en el peak oil mundial. Con todo, es la primera llamada de advertencia de la catástrofe que se avecina con el peak everything, como apunta Richard Heinberg (2007).
4Se
trata de una crisis multidimensional de alcance planetario que cobra
fuerza al retroalimentarse positivamente cada una de las crisis que la
componen. Una fuerza que ya representa una seria amenaza para la vida
humana y para la naturaleza: ya se habla de tipping points con
relación al calentamiento global; pero hay puntos de no retorno con
relación a los problemas del desempleo, la hambruna, que derivan en
convulsiones sociales; y puntos de no retorno por lo que respecta a la
escasez o agotamiento de recursos naturales, que desembocan en guerras
internacionales. Puntos de no retorno a partir de los cuales el colapso
de la vida como la conocemos ya no es reversible. De ahí que hoy en día
al conjunto de estas crisis (sociales, ambientales y de convivencia) se
lo ve como una gran crisis civilizatoria.
5Pero
tales crisis no explican a la crisis civilizatoria: son dimensiones de
ella. Lo que está detrás de esta crisis multidimensional de alcance
planetario es el sistema de acumulación de capital también de alcance
global. Marx expresó con claridad su lógica: “Por consiguiente, la
producción capitalista sólo desarrolla la técnica y la combinación del
proceso social al mismo tiempo que agota las dos fuentes de las cuales
brota toda riqueza: la tierra y el trabajador” (1966, p. 423-424). La
crisis civilizatoria que hoy vivimos, efectivamente, es la manifestación
del socavamiento de la naturaleza y del ser humano que provoca la
dinámica capitalista. Un socavamiento que no da visos de revertirse,
sino de agudizarse con la globalización capitalista neoliberal en
marcha.
6Con todo, ¿qué está en la base de este sistema reinante cuyo leitmotiv es la búsqueda de ganancias para la acumulación de capital y que en su dinámica socava la vida en la Tierra? Un conjunto de principios constitutivos
que posibilitan la acumulación de la riqueza en pocas manos, al tiempo
que la exclusión de las grandes mayorías de la humanidad: el principio de producción de la riqueza en función de la obtención de ganancias para la acumulación de capital, el principio distributivo de la riqueza a partir de la propiedad de capital o del trabajo, el principio de intercambio consistente en una competencia entre capitales para dirimir cuotas de merado con miras a obtener ganancias y el principio de consumo ostentoso para completar el ciclo de acumulación al realizar las ganancias.
7Estos
principios son los cimientos que mantienen aún la “jaula de acero” en
la que vivimos. Pero como dice el dicho popular: “no hay fecha que no se
cumpla, plazo que no se venza, ni deuda que no se pague”. Ha llegado el
momento en que ni los cuantiosos paquetes de estímulos fiscales, ni los
altos índices de endeudamiento de los sectores público y privado, ni
las reducciones en las tasas de interés y, entre otros, ni los elevados
niveles de consumo, cual tratamiento keynesiano para reactivar la
demanda agregada, apuntalan a un capitalismo globalizado que se colapsa
en su propia crisis de reproducción, verificable en los cada vez más
recurrentes y profundos períodos de estancamiento, caracterizados por
procesos deflacionarios y caídas en las tasas de ganancia. En suma, el
conjunto de tales principios ya no sostienen el peso de las
contradicciones afines al sistema de acumulación, pero tampoco son
capaces de mantener la vida humana y de la naturaleza. La residencia se
nos cae a pedazos desde sus cimientos.
8Pero
si queremos vivir, necesitamos construir una casa nueva. Una casa que
esté pensada en cuanto a su valor de uso de ser habitable por todos, y
no una en función del valor de cambio para beneficio de unos cuantos. Me
refiero a levantar una economía para la vida. Y para hacer esto, es
imprescindible tener un plan medianamente definido de sus elementos
fundamentales, pues sería ingenuo pensar que una pretendida legalidad
histórica inevitablemente dará lugar al socialismo o creer que “no hay
camino” hacia un nuevo sistema económico y que “el camino se hace al
andar” (como románticamente se entona en una canción de Serrat). El
comandante Hugo Chávez, quien vino a quebrar la doctrina de The End of History
de Fukuyama, comprendía perfectamente la importancia de un plan sobre
un sistema poscapitalista: “No va a llegar el socialismo de manera
inevitable. Eso no está escrito. El determinismo. Eso no está
determinado, pues. El capitalismo sí llegó así: nadie lo planificó. El
socialismo requiere planificación.”
9Dicho
lo anterior, plan o planificación no puede sino significar la
enunciación de principios que en su conjunto hagan posible una tal
economía para la vida. Pero no se trata de principios morales o
procedimentales a partir de buenas intenciones, como pretender una
justicia distributiva o el bien común, que no llevan sino a un ensueño
de alternativas al capitalismo. Se trata de principios que
necesariamente tienen que enunciarse si queremos vivir más allá de la
actual época de crisis. En una palabra, son principios por necesidad y
no por apego a una idea. Pero son principios por necesidad y por consciencia: lo necesario y lo conveniente se unen en uno y lo mismo.
10Pero estos principios necesidad hecha consciencia son a la vez principios normativos y constitutivos.
Han de normar una a una las acciones humanas y las instituciones
económicas al tiempo que constituyen en su conjunto una economía para la
vida.
11Así pues, si queremos vivir, requerimos
de un plan compuesto de principios normativos que siendo productos de
la necesidad hecha conciencia sean constitutivos de un nuevo sistema
económico para la vida.
12Este
enfoque de los principios es una forma de interpretar los sistemas
económicos, una suerte de paradigma, que estoy desarrollando (ALVAREZ,
2015). En la teoría económica en general no existe un desarrollo
conceptual basado en este enfoque ni de las consecuencias últimas del
sistema capitalista ni de la formulación propositiva de un sistema
económico alternativo. Pero no sorprende tal vacío, si en el propio
ámbito de la filosofía se abandonó desde el siglo XIX el interés en los
fundamentos últimos. Hoy en día, gracias al trabajo de algunos filósofos
se está recuperado este enfoque. Searle, desde la filosofía del
lenguaje y de la mente, sostiene que la realidad social (hechos
institucionales) se construye a partir de lo que él llama constitutive rules. En su The construction of social reality
apunta que “algunas reglas no sólo regulan, sino que crean la
posibilidad misma de ciertas actividades”. Y más adelante determina que
su “tesis es que los hechos institucionales existen sólo dentro de
sistemas de reglas constitutivas” (1997, p. 45-46). Por su parte, desde
la filosofía política, Dussel también desarrolla el enfoque de los
principios constitutivos. En el volumen II de su política de la liberación señala que “los principios normativos
de la política […] siempre se encuentran ya como presupuestos
implícitamente debajo de toda acción política o de la organización o
transformación de toda institución” (2009, p. 347).
13Con
todo, el conjunto de principios constitutivos de una economía para la
vida que presento en este documento dan origen a una utopía concreta,
cuya imposibilidad a posteriori, no obstante, nos es útil para conocer lo que es posible.
14La imposibilidad a posteriori
de organizar en la praxis una economía para la vida a partir del
siguiente conjunto de principios no es una labor inútil: si no
intentamos lo aparentemente imposible, planificar una economía
poscapitalista, jamás vamos a descubrir si es posible. El filósofo
alemán Ernst Bloch lo dijo con estas palabras: “…apuntar más allá de la
meta para dar en el blanco” (citado en HINKELAMMERT, 2010, p. 82).
15Así,
mediante la presente utopía concreta de una economía para la vida
sabremos qué economía poscapitalista será posible. Los principios que a
continuación presento son una propuesta inicial de los cimientos de la
casa por construir.
16En
los manuales de economía se menciona que en las economías de mercado las
personas definen qué se produce, cómo y para quién. Así, en uno de
ellos se dice que: “[s]i existiese una gran demanda de pan, los
productores responderían produciendo mucho pan” (WONNACOTT, 1992, p.
68). Si estos libros dicen la verdad, que las personas son quienes
definen qué se produce, ¿por qué entonces hay hambre y pobreza en el
mundo? ¿Acaso la gente hambrienta no tiene la necesidad de comer o la
gente sin casa no quiere una vivienda propia? Por supuesto que sí. ¿Por
qué entonces no se producen alimentos y construyen casas si la gente
tiene necesidad de ellos? Por una simple razón: lo dicho en estos
manuales no corresponde con los hechos. En teoría la gente define por
medio de la demanda qué se produce. En la práctica la gente tiene
necesidades pero no define qué se produce, mientras no tenga poder de
compra que genere demanda alguna. Así, en la economía de mercado
realmente existente poco cuentan las necesidades y las personas no
definen en absoluto aquello que será producido. En su lugar, lo que
determina en último término qué se produce en el capitalismo es la
obtención de la mayor rentabilidad posible ante una inversión por
realizar. Por la vigencia de este principio se explica por qué en lugar
de aprovechar las tierras para sembrar granos que alimenten a millones
de personas hambrientas, las grandes corporaciones de la industria optan
por producir agrocombustibles en aras de la obtención de ganancias; por
qué en vez de construir casas de interés social para todos los sin
techo, las inmobiliarias edifican condominios de lujo para la
especulación. En una palabra, la búsqueda incesante de ganancias
(mediante la mayor tasa de ganancia) para la acumulación de capital
determina la producción en el capitalismo. Es el principio constitutivo de la producción de la riqueza del capitalismo.
17Ahora
bien, si la producción no está orientada a satisfacer las necesidades
de la gente, entonces el capitalismo no es una economía, porque de
acuerdo al significado primigenio de la palabra, economía (del griego oikos y nomos) significa el arte de administrar los “recursos almacenables necesarios para la vida
y útiles para la comunidad civil y doméstica” (ARISTÓTELES, 1997, p.
15); en cambio, como la producción está definida en función de la
acumulación de capital, lo correcto es decir que el capitalismo es una
crematística, porque ésta tiene “por objeto el dinero, ya que el dinero
es el elemento y el término del cambio, y la riqueza resultante de esta
crematística es ilimitada” (Ibid, p. 17). Así pues, si llamamos
a las cosas por su nombre, de lo contrario olvidamos la naturaleza de
las mismas, el capitalismo no es un sistema económico orientado a
producir “las cosas necesarias, convenientes y gratas de la vida”
(SMITH, 1990, p. 31) para todos los seres humanos, sino un sistema
crematístico definido por la acumulación de capital en unas pocas manos.
Esta diferenciación no es sólo una cuestión teórica de semántica, sino
un aspecto práctico muy importante para reconstruir la realidad social y
ganar la batalla ideológica en favor de la construcción de
alternativas.
18En
efecto, hablar de la construcción de alternativas más allá del
capitalismo supone desvelar y abandonar el carácter crematístico de
nuestro sistema, al tiempo que retomar en lo teórico y reconstruir en la
praxis la esencia de la economía. Y un primer paso en este sentido
consiste en sustituir la búsqueda incesante de ganancias y su
reinversión para la acumulación de capital como el determinante de la
producción, por la producción orientada al cubrimiento de las
necesidades materiales de todos los seres humanos –esto es, sustituir el principio constitutivo de la producción de la riqueza del capitalismo por un nuevo principio que guíe la producción en una economía para la vida.
Sin esta transición no saldremos de la casa que se nos cae a pedazos y
no seremos capaces de construir la nueva casa. Si no hacemos esta
transición quedamos esperanzados a que la producción definida por la
acumulación de capital sea un fundamento lo suficientemente sólido para
evitar el colapso de la crematística que se derrumba; al tiempo que
renunciamos a organizar la producción en función de la satisfacción de
las necesidades humanas. Éste es el primer cimiento en otros, que
sostendrían una economía para la vida.
19Pero
producir para cubrir las necesidades materiales de la humanidad tiene
un doble significado. El primero de ellos, a nivel microeconómico,
significa que las unidades de producción en la economía para la vida
sustituyen a las empresas orientadas por la búsqueda de ganancias.
Schering-Plough y Novartis, por poner un ejemplo, producirían vacunas y
fármacos para curar a la gente, y no para lucrar a cambio de la salud.
El segundo, a nivel macroeconómico, implica que el sistema económico en
su conjunto tiene que dejar de ser una crematística a favor de unos
cuantos. Me refiero al retorno de la economía en su concepto etimológico
e histórico. Todo el circuito económico gira a partir de esta
revolución en sentido correcto hacia la vida humana, y no en sentido
contrario a la transformación de energía vital en una acumulación
absurda de dinero fiduciario.
20Ambas
transformaciones son imposibles sin un cambio en el régimen de
propiedad de los medios de producción. Hay una frase de Shakespeare que
presenta de forma sucinta el problema de la propiedad. “Me quitan la
vida, si me quitan los medios por los cuales vivo” (HINKELAMMERT, 2010,
p. 65). Si un reducido grupo de multimillonarios quita a las mayorías de
la humanidad los medios de vida, está atentando en contra de estas
vidas. Karl Marx y Friedrich Engels de manera magistral expusieron el
punto: “Os horrorizáis de que queremos abolir la propiedad privada. Pero
en vuestra sociedad actual la propiedad privada está abolida para las
nueve décimas partes de sus miembros” (1987, p. 53). Sin esta exclusión
que genera la propiedad privada de los medios de vida no sería posible
en lo más mínimo el proceso de acumulación del capitalismo. Por eso,
acabar con la propiedad privada de los medios de producción es una
condición necesaria para reorientar la producción en función de la vida.
21Una
vez arrebatada a la minoría capitalista los medios de vida de la
humanidad, entonces comienza la planificación de la producción para
cubrir las necesidades concretas de existencia. Una planificación que
revierte el proceso de destrucción que la crematística del capital
ejerce sobre las dos fuentes esenciales de toda riqueza: la naturaleza y
el ser humano. La economía para la vida, en cambio, despliega el
proceso de producción preservando justo a la naturaleza y al ser humano.
Aquella deja de ser un recurso inagotable por explotar y aquel deja de
ser un ser “humillado, sojuzgado, abandonado y despreciable” (MARX,
1962, p. 230). Sólo entonces la naturaleza es la base vital de
existencia del ser humano y el ser humano humaniza su vida.
22En el capitalismo la riqueza se reparte conforme al principio distributivo “A cada uno de acuerdo con lo que producen él y los instrumentos que posee”
(FRIEDMAN, 1962, p. 161). Lo cual significa que, conforme a derecho,
toda persona adulta tiene acceso a los bienes y servicios socialmente
producidos, ya sea (1) porque trabaja y recibe un salario o (2) porque
es propietaria de acciones, un bien inmobiliario o un negocio a partir
del cual obtiene dividendos. Conforme a dicho principio, existen altos
directivos de grandes corporaciones en los países ricos que ganan en un
minuto tanto como la gente en los países pobres en toda su vida. Ni qué
decir de los ingresos por propiedad de capital. La riqueza de Carlos
Slim –propietario de múltiples empresas– aumentó 15.5 mil millones de
dólares en 2010, es decir, 42,645 millones al día; mientras que un
trabajador promedio en México –sin capital– recibía 14 dólares al día,
es decir, 0.000000328 por ciento de lo que obtuvo aquel. Gracias a este
principio distributivo el 1 por ciento de las personas más ricas del
mundo concentran tanto como el 99 por ciento restante, al tiempo que 900
millones de trabajadores alrededor del mundo perciben un ingreso
inferior a los dos dólares al día, y 200 millones de desempleados ni
siquiera eso. Así pues, con relación a la distribución de la riqueza en
el capitalismo, a menos que tenga alguna propiedad que le proporcione
dividendos, “quien no trabaja, no come”. En lo concreto y cotidiano de
su existencia, la gran mayoría de los seres humanos tiene que trabajar
para poder vivir. Al respecto, Marx indicó que: “[p]ara el individuo
aislado la distribución [el tener que trabajar para poder vivir] aparece
naturalmente como una regla social”. Pero esta regla social o principio
que norma la vida “económica” de millones de trabajadores es, a la vez,
un principio constitutivo del sistema capitalista como un todo. Lo
normativo para la praxis humana es uno y lo mismo que lo constitutivo
del sistema “económico”.
23Pero este principio distributivo es uno entre un conjunto de principios constitutivos sobre los que se estructura el capitalismo, siendo la búsqueda incesante de ganancias y su reinversión para la acumulación de capital el principio rector de este conjunto
–es decir, el determinante de que el capitalismo se constituya como un
sistema crematístico. No sólo la producción; la distribución, el
intercambio y el consumo en el sistema capitalista siguen la pauta de la
acumulación de capital.
24En respuesta al principio distributivo de la crematística capitalista,
que enriquece a pocos y excluye a muchos de “las cosas necesarias,
convenientes y gratas de la vida” (SMITH 1990, 31), en el siglo XIX los
izquierdistas ricardianos y los primeros socialistas demandaron para el
trabajador el fruto íntegro de su esfuerzo, pues veían en “el principio
de la desigualdad del intercambio […] la sustancia y el alma del orden
social reinante” (citado por PETERS, 1996, p. 72). En nuestros días los
economistas Paul Cockshott y Allin Cottrell han reavivado estas ideas.
En su Towards a New Socialism plantean que “una sociedad justa
sólo puede ser establecida sobre el principio de que aquellos que
trabajan tienen derecho al pago total de su trabajo” (1993, p. 27). De
coincidente opinión es el economista Arno Peters. Su propuesta se basa
en la idea de que “el salario equivale directa y absolutamente al tiempo
de trabajo” (1996, p. 92). Con todo, la crítica más contundente a la
validez del principio capitalista de distribución de la riqueza la hicieron Karl Marx y Friedrich Engels. En Manifest der kommunistischen Partei
señalaban que, para dar término al “modo de producción y de apropiación
[distribución] de lo producido basado en [...] la explotación de los
unos por los otros”, el proletariado tendría que ir “arrancando
gradualmente a la burguesía todo el capital” y “centralizar todos los
instrumentos de producción en manos del Estado, es decir, del
proletariado organizado como clase dominante” (1987, p. 59).
Posteriormente, fueron los apologistas del socialismo de mercado quienes
secundaron estos planteamientos a lo largo del siglo XX. Siguiendo a
sus guías ideológicos, los representantes de este movimiento socialista
han propuesto la abolición de la explotación capitalista, al plantear
que la propiedad de los medios de producción se reparta entre todos los
ciudadanos. Para estos socialistas no existirían ingresos por propiedad
de capital, al no haber tal.
25Sin
embargo, el aumento de las fuerzas productivas ponen en duda los
intentos socialistas de basar la distribución de la riqueza de acuerdo
al trabajo, porque ciertamente el trabajo humano ha dejado de ser “el
gran soporte de la producción y la riqueza” (MARX, 1973, p. 705). Su
lugar lo ocupan, por un lado, la aplicación de la ciencia y la
tecnología en los procesos productivos y, por el otro, el uso de las
energías (fósiles principalmente) en la producción del “gran cúmulo de
mercancías”.
26Por
tanto, en una economía poscapitalista del siglo XXI la producción de
“las cosas necesarias, convenientes y gratas de la vida” (SMITH, 1990,
p. 31) tendría que ser distribuida conforme a un nuevo principio distributivo más allá del trabajo. Este segundo cimiento de la nueva casa dice: “A cada quien, según sus necesidades”.
27Marx
dio las bases de este principio: “cuando, con el desarrollo de los
individuos en todos sus aspectos, crezcan también las fuerzas
productivas y corran a chorro lleno los manantiales de la riqueza
colectiva, sólo entonces […] la sociedad podrá escribir en sus banderas:
[…] A cada cual, según sus necesidades!” (MARX, 1979, p. 19). Este
“cuando” es ahora.
28En
una aproximación al tenor de este principio distributivo, entre otros,
Philippe Van Parijs (1996) y Philippe Van Parijs y Yannick Vanderborght
(2006) han planteado la idea de un ingreso básico universal e
incondicional. Conciben que cada ciudadano debiera recibir mensualmente
una suma de dinero suficiente para cubrir un estándar de vida acorde a
ciertos parámetros culturales. La recepción del ingreso no estaría
“condicionada a la realización de ningún trabajo o contribución y es,
además, universal” (WRIGHT, 2001, p. 208). Sin embargo, aun cuando esta
propuesta también llamada “subsidio democrático” desvincula la
distribución de la riqueza del trabajo, desatinadamente deja intactos
los ingresos por propiedad de capital. Con ello, al dejar intacta la
crematística capitalista, la benéfica moción de un ingreso básico
universal sería sistemáticamente socavada. Por eso, no basta con
insertar un principio progresista en un sistema conservador constituido
sobre un conjunto de principios que están orientados a la acumulación de
capital. En su lugar, se pretende que el nuevo principio distributivo de la riqueza
“A cada cual, según sus necesidades” sea parte de un conjunto de
principios que den origen a una economía para la vida, en la cual el
cubrimiento de las necesidades humanas sea el objetivo de la producción,
esto es, su principio constitutivo fundamental.
29Por lo demás, a diferencia del esbozado por Marx, este nuevo principio “A cada cual, según sus necesidades” supone poner límites a las necesidades. Este límite está delineado por el principio de consumo mesurado
del cual hablaré adelante. En la época de Marx, sin la presión que
ahora tenemos con los límites del crecimiento y sin la amenaza ambiental
que representa el calentamiento global, no era importante fijar un
límite al consumo de bienes para cubrir las necesidades. Pero en la
actualidad la sostenibilidad de la vida es un asunto público de primer
orden que pasa por fijar límites al consumo.
30Por
su puesto, en la economía para la vida por construir, “A cada cual,
según sus necesidades” nada tiene que ver con las ilimitadas necesidades
artificialmente inducidas por el sistema de acumulación capitalista.
Pero tampoco son necesidades apriorísticamente definidas por una teoría o
por un plan estatal, pues “el ser humano no es un ser natural con
necesidades específicas, sino un ser natural necesitado” (HINKELAMMERT,
2010, p. 226). Se trata de necesidades concretas de existencia, que
dependen de la edad, sexo, religión, clima de residencia, gustos,
preferencias. Necesidades que cada quien satisface en aras de vivir la
vida en plenitud y con dignidad.
31A
todo esto, no significa que en la economía para la vida nadie tenga que
trabajar. Eso sería una visión caricaturesca de la realidad. Pese al
descomunal uso de la energía libre, la ciencia y la tecnología, el
hombre seguirá siendo parte activa de este proceso de transformación de
la naturaleza en bienes de consumo. Pero esto no implica de suyo que la
vida de la gente esté condicionada a tener un puesto de trabajo. El
trabajo seguirá siendo fundamental para producir la riqueza, pero no
tiene por qué serlo para distribuirla.
32
33Las
empresas capitalistas al producir para la venta, mercancías, en aras de
obtener ganancias, abren el espacio del mercado. Al no ser una sola,
sino muchas, surge la competencia entre las empresas por vender sus
productos a los consumidores, con el fin de realizar las ganancias. Al
no ser uno solo, sino muchos, emerge la competencia entre los capitales
como aquello que caracteriza al mercado-capitalista. Por definición,
dice Marx en los Grundisse, “la competencia no es otra cosa que
la naturaleza interna del capital […] puesto que ésta [la competencia]
es el desarrollo libre del modo de producción fundado en el capital. La
libre competencia es el desarrollo real del capital” (citado por ROBLES,
2005, p. 295). La competencia sin cuartel por ganar clientes con miras a
obtener ganancias es el principio constitutivo del intercambio en el mercado-capitalista.
34En
los hechos, por tanto, el mercado-capitalista y su competencia en
absoluto tienen que ver con aquella idea romántica de que el mercado es
el ámbito donde productores independientes intercambian productos, como
la presenta Adam Smith en los primeros capítulos de su An Inquiry into the Nature and Causes of Wealth of Nations. Tampoco con aquella idealización del mercado auto-regulado de la competencia perfecta de la teoría económica neoclásica.
35Pero
en la economía para la vida las unidades de producción no tienen por
qué competir, si éstas no producen para obtener ganancias, sino para
cubrir necesidades humanas. Por tanto, es posible la sustitución del
mercado-capitalista por a) una planificación central de la producción
basada en criterios de racionalidad científico-técnica, y por b) un
mercado de bienes de consumo en el cual las personas puedan determinar
mediante sus necesidades concretas aquellos productos que han de ser
producidos.
36En
efecto, si queremos construir una nueva casa para vivir, el tercer
cimiento consiste en planificar centralmente la producción bajo
criterios de racionalidad científico-técnica; máxime cuando las amenazas
relativas al agotamiento de los recursos y deterioro del medio ambiente
así lo exigen. La salida sostenible a la inminente crisis energética
sólo será posible si se planifica la producción bajo criterios de
racionalidad técnica de eficiencia energética. La retirada sostenible a
la devastadora crisis ambiental, de igual manera, únicamente será
posible mediante la racionalidad técnica de eficiencia ecológica.
Conceptos como la energy returned on energy invested (EROEI) o material input per unit of service
(MIPS) son, en uno y otro caso, fundamentales para llevar al cabo este
nuevo tipo de planificación científica. Las propuestas tipo el Plan B de
Lester Brown en el Earth Policy Institute de reducir las
emisiones netas de dióxido de carbono en un 80 por ciento para el 2020
son muestra contundente del potencial científico al respecto. Todo el
Plan está basado en criterios científicos y de eficiencia energética
(Brown, 2011). Nada en él sigue los criterios del cálculo económico
mercantil para la obtención de ganancias. Pero también la superación de
la crisis alimentaria será posible solamente si se planifica la
producción de granos y alimentos en general bajo la racionalidad
científica de la eficiencia agronómica y del balance nutricional.
37Cabe
resaltar la diferencia entre este concepto de racionalidad
científico-técnica en la planificación poscapitalista, con relación a la
racionalidad “económica” afín al capitalismo. Un ejemplo de esta
diferencia la encontramos en la producción de etanol. Es
“económicamente” racional porque los subsidios estatales que reciben sus
productores, al menos en Estados Unidos, hace que sus costos de
producción sean competitivos. Pero es técnicamente irracional producirlo
porque su tasa de retorno energético (eficiencia energética) gravita en
torno a la unidad: quiere decir que se obtiene tanta energía como la
energía invertida. Sólo hay que pensar en la enorme cantidad de energía
utilizada para, entre otras cosas, sembrar el maíz, cosecharlo,
transportarlo, molerlo, destilarlo y distribuirlo hasta el punto de
venta. Como bono a la irracionalidad ambiental, la producción de etanol
contribuyen al quebranto ambiental, no solamente desertificando los
suelos, sino manteniendo o quizá incrementando las emisiones de gases de
efecto invernadero. La razón: la gran cantidad de hidrocarburos
utilizados en su producción, incluyendo el óxido de nitrógeno
proveniente de los fertilizantes, cuyo “efecto invernadero es 296 veces
más perjudicial para el clima que el anhídrido carbónico” (RUBIN, 2009,
p. 122). En una palabra: el etanol se produce porque la racionalidad
“económica” dicta que se produzca, muy a pesar de su nula racionalidad
científico-técnica y de la irracionalidad ambiental que su producción
implica. Y como éstos, hay cientos de ejemplos. Por tanto, salta a la
vista que “producción racional” o “producción económicamente eficiente”
son formas académicas de decir que la producción es rentable, es decir,
que reporta ganancias.
38Por
otro lado, se trata de una planificación cibernética de la producción
en la que las unidades de producción (antes empresas) entregan sin
ninguna contraparte dineraria los bienes intermedios. Por ejemplo, si la
ensambladora de autos tiene que producir 10,000 de éstos, según la
demanda resultante del mercado de bienes de consumo, entonces la unidad
productora de neumáticos le suministra las correspondientes 50,000
llantas sin ningún pago de por medio. Ésta a su vez recibe de la planta
petroquímica el caucho necesario para la elaboración de los neumáticos,
nuevamente, sin pago a cambio. Y así, en una gran red de relaciones
entre todas las unidades de producción. Esta planificación es posible,
en principio, porque en la economía para la vida todas las unidades de
producción son propiedad del Estado y, por tanto, no tiene sentido pagar
tales movimientos de productos. Es como si al interior de una empresa
capitalista de artículos de cerámica, guardando las proporciones del
ejemplo, el departamento de hornos le tuviera que pagar al de barniz y
éste al de colado por el movimiento de las piezas.
39Pero
la planificación poscapitalista, a diferencia de la planificación de
tipo soviético, no determina la demanda final de bienes de consumo. En
su lugar, son las propias personas quienes la definen, a partir de sus
necesidades concretas –conforme al principio distributivo de la riqueza “A cada cual, según sus necesidades”– y en armonía con los límites biofísicos del planeta –de acuerdo al principio de consumo mesurado.
Institucionalmente hablando hay un “mercado” de bienes de consumo. Por
el lado de la oferta, los respectivos almacenes de propiedad social
ponen a disposición de los pueblos la gran diversidad de bienes
producidos. Por el lado de la demanda, las personas concurren a
cualquiera de tales almacenes a adquirir dichos bienes según sus
necesidades. Se trata de un mercado consuntivo: no de aquel
mercado-capitalista para el enriquecimiento.
40En
términos generales, el mercado-capitalista como mecanismo regulador de
la producción orientada al enriquecimiento, es sustituido por la
planificación científico-técnica de la producción y el mercado
consuntivo con miras a ordenar el flujo de bienes y servicios en función
de la vida.
41Todo
lo que producen las empresas capitalistas tiene que venderse: para
realizar las ganancias. Si la ley de Say fuera verdadera, es decir, si
todo lo producido se vendiera, entonces el proceso de acumulación
capitalista sería tan estable y constante como la trayectoria de los
astros bajo la ley de la gravitación universal. Sería un sistema que,
mediante un automatismo del mercado, funcionaría como una máquina
perfecta. Pero no es así. Y justo por la ausencia de esta ley, la
crematística capitalista se fundamenta en un sustituto artificial. Este
sustituto es el principio del consumo ostentoso. Significa que
el consumo de la gente no está limitado sin más a la satisfacción de sus
necesidades concretas de existencia, sino que se extiende a niveles
ostentosos ante la búsqueda de la distinción social a partir de cierta
propensión a la emulación (VEBLEN, 2004). Tal consumo, por tanto, es
inducido por el juego social de la rivalidad suntuaria que apunta a
exhibir una prosperidad superior con relación a la de sus pares. “Toda
clase envidia y trata de emular a la clase situada por encima de ella en
la escala social” (Ibid, p. 112), al punto que los miembros de cada estrato “dedican sus energías a vivir con arreglo a ese ideal” (Ibid,
p. 98) de decoro, apuntaba Veblen a finales del siglo XIX. Hoy en día,
en la crematística global de inicios del siglo XXI, básicamente nada ha
cambiado al respecto y está vigente más que nunca tal principio, en
tanto que la “nomenklatura capitalista adopta los cánones del
consumo suntuario de los mega ricos y los difunde hacia las clases
medias, que los reproducen según la escala de sus posibilidades,
imitadas a su vez por las clases populares y pobres” (KEMPF, 2007, p.
88).
42En
una palabra: la crematística capitalista productora de cantidades
crecientes de mercancías engendra para su propia existencia a la
sociedad de consumo. Sin consumo inducido no puede crecer la producción
y, por consiguiente, no puede reproducirse la acumulación del capital.
43Ahora
bien, de cara a los límites del crecimiento, y de manera especial el
calentamiento global, el consumo en una economía poscapitalista tiene
que tener límites. Por tanto, la clave está en transitar desde el principio de consumo ostentoso hacia un nuevo principio de consumo mesurado.
Éste es el fundamento esencial para levantar una economía con límites,
frente a nuestro mundo biofísicamente finito. Este es el cuarto cimiento
para construir la nueva casa habitable para todos.
44Al respecto, el proyecto de una economía para la vida define en términos específicos el límite al principio de consumo mesurado.
Tal límite está en función de la población y tiene como línea
infranqueable la biocapacidad del planeta. Por ejemplo, si ahora mismo
la economía global estuviera organizada conforme a los principios
constitutivos de una economía para la vida, de acuerdo a la población
mundial de 7,300 millones de personas y a la biocapacidad total de la
Tierra, cada persona podría consumir una cantidad máxima de bienes y
servicios que no excediera una huella ecológica de aproximadamente 1.65
hectáreas. Esa sería la parcela del espacio bioproductivo de la Tierra
que dispondría hoy en día en común cada ser humano para cubrir sus
necesidades concretas de existencia.
45La asignación de una parcela del espacio bioproductivo de la Tierra igual para todos los seres humanos, como límite al principio de consumo mesurado,
es la forma más justa y conveniente para resolver el “colapso global”
(BROWN, 2011). Porque si todos los seres humanos somos “libres e iguales
en dignidad y derechos” (The Universal Declaration of Human Rights),
no existe razón válida que justifique que algunos disfruten de una
parcela mayor del patrimonio natural del planeta, a cuenta de una
parcela menor para otros. Si hoy en día esto acontece, no prueba en
absoluto que sea justo y sea la base de una asignación éticamente válida
en el futuro. Si en la actualidad las personas en los países de altos
ingresos imprimen en promedio una huella ecológica de 6.1 hectáreas, al
tiempo que los habitantes de las naciones pobres sólo de 1.0 hectárea,
únicamente prueba que el capitalismo es injusto con relación al acceso
que los seres humanos tienen al patrimonio natural del planeta. Y
defender una asignación desagregada de la biocapacidad global de acuerdo
a la capacidad de carga de cada país sería, en el contexto de una
economía para la vida, un vestigio de la injusticia reinante. Por
ejemplo, mientras que en países como Canadá o Finlandia con una alta
biocapacidad por persona –de 17.1 y 13 hectáreas– las personas podrían
aumentar aún más sus niveles de consumo ostentoso de la era capitalista
–de 5.8 y 5.5 hectáreas per cápita de huella ecológica–; en naciones
como Guatemala, Vietnam o Zimbawue con una muy baja biocapacidad por
persona –de 1.1, 0.6 y 0.7 hectáreas– la gente tendrían que reducir sus
de por sí bajos estándares de consumo –que hoy en día imprimen en
promedio una huella ecológica de solamente 1.7, 1.0 y 1.0 hectáreas per
cápita. Tal posicionamiento haría de la pretendida justicia económica,
nuevamente, una suerte dependiente del contexto geográfico. Pero además,
los habitantes de países como Japón, con apenas 0.6 hectáreas de
biocapacidad disponible por persona; Corea del Sur, con 0.3 hectáreas;
Bélgica, con 1.1 hectáreas; Grecia, con 1.4; Italia, con 1.1, Holanda,
con 1.0; Portugal, con 1.2; España, con 1.3 y, entre otros, Suiza, con
1.3 hectáreas; tendrían que reducir mucho más su consumo ostentoso bajo
este esquema desagregado que bajo la asignación equitativa universal
aquí propuesta de una economía para la vida.
46Las
mayorías empobrecidas y excluidas por la crematística capitalista
pueden permanecer impávidas en esta “jaula de acero” que se les cae a
pedazos encima, o bien pueden luchar por salir de ella y construir una
auténtica casa donde vivir dignamente. A esta última opción le temen los
sectores dominantes. De ahí que sus intelectuales cortesanos y sus mass media
tengan el imperativo categórico de mentir sobre las supuestas bondades
del orden reinante y de desacreditar toda alternativa posible al status quo.
47Las
promesas de un capitalismo con rostro humano o de una globalización en
beneficio de los pueblos no son más que cantos de sirenas. ¿Acaso no son
suficientes los más de quinientos años de explotación y despojos de las
víctimas pobres por parte de las élites ricas del sistema mundial
capitalista? Los discursos en torno a las ventajas del libre mercado y
del crecimiento económico también forman parte de esos cantos
seductores. ¿No basta el hecho de que sólo ocho millonarios tienen más
dinero que la mitad de la población del mundo? Ni que decir de la arenga
anacrónica sobre alcanzar el pleno empleo. ¿No están enterados de la
revolución tecnológica en marcha que amenaza con llevar a la calle a
cientos de millones de personas adicionales a los desempleados ya
existentes? Con respecto a esto último, como sabiamente entiende Stephen
Hawking, el problema no es la tecnología en sí, sino el “modo en que
las cosas se distribuyan”, es decir, del principio distributivo de la
riqueza que esté vigente: “Si las máquinas producen todo lo que
necesitamos […] Todo el mundo podría disfrutar de una vida de lujos y
ocio si los bienes producidos por las máquinas son compartidos. Pero
también podría pasar que la mayoría de personas acabaran siendo
miserablemente pobres si los propietarios de las máquinas tuvieran éxito
con sus presiones políticas en contra de la redistribución de la
riqueza. Hasta el momento, la tendencia parece encarada hacia la segunda
opción, propiciando que la desigualdad siga creciendo”.
48Por
tanto, habrá que perder el miedo a ser desacreditados por el sistema y
asumir juiciosamente que podemos cambiar nuestra realidad. No estamos
limitados al orden químico, físico o biológico. No somos ni átomos ni
piedras ni plantas que no nos quede más que existir conforme a las leyes
de un orden natural. Somos más que esto. Somos seres sociales y como
tales podemos crear de forma autónoma un nuevo orden económico y social:
un nuevo paradigma civilizatorio a favor de la vida. Esta contingencia
es libertad. Sin más, optemos libremente por construir una casa digna y
en común, una economía para la vida.